El espíritu de ceguera de las autoridades haitianas

Ojalá la situación actual del drama migratorio haga nacer algo nuevo en Haití, algo nuevo que rompa las cadenas de una mentalidad de ver la culpa de sus desgracias en sus vecinos próximos, República Dominicana
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Juan Tomás Olivero

Filósofo egresado de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Profesor Adjunto de las Escuelas: Comunicación Social, Teoría y Gestión Educativa y, Adscrito en la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Maestrías: en Enseñanza Superior UASD 1990) y en Sociedad Democrática, Estado y Derecho (UASD-UPV País Vasco 2009).Ex Director Coordinador General de Recintos, Centros y Extensiones (UASD 2008). Ex Coordinador Académico y Director de Extensión Cultural, Universidad Mundial Dominicana (UMD- 1986 Barahona). Ex Director Radio Enriquillo (interino1983) y Ex presidente Asociación de Periodistas Profesionales (APP-1999) . Soy de Barahona, del sur, República Dominicana.
El dilema del pueblo haitiano, pueblo que sigue justamente atrapado en los tratados de Nimega, Ryswich, Aranjuez y Basilea, todos ellos marcados por la paz y la guerra, y las disputas territoriales en Europa y sus colonias entre España y Francia. Atrapados por una sombra histórica de dudas y prejuicios imperiales, que retiene mentalmente la nación haitiana entre los años 1795 y 1844.
Les retiene y los encadena sin hacer compresión y, a su vez, sin entender que el mundo ha cambiado y que la realidad después de Toussaint Louverture y Juan Pablo Duarte es otra. Tanto uno como el otro, murieron lejos de sus tierras víctimas de la misma razón históricas; el primero, en la soledad de una fría y húmeda mazmorra de Francia en el Castillo de Joux y; el segundo, Duarte, deambulando en las plazas y mercados de Venezuela vendiendo velas de perma para sobrevivir,  sumido en la pobreza y el olvido.
La cultura de explotación del bracero, criminalmente concebida y organizada, generadora, por demás, del actual dilema migratorio que se desarrolló entre ambas naciones, supone una responsabilidad esclavista biunívoca: Los que reclutaban y reclutan en Haití, autoridades haitianas, para vender a autoridades dominicanas; quienes, estos últimos, compraban, explotaban y explotan, las fuerzas humanas de trabajo haitianas en condiciones de esclavitud en pleno siglo 21.
El genocidio del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo de 1937, con la abominable matanza haitiana, que marca de forma deplorable las relaciones entre ambos pueblos. No dejó de estar marcada, también, por la execrable conducta del gobierno haitiano, al aceptar poner un precio a la cabeza de cada uno de sus ciudadanos y recibir, un pago en compensación por cada haitiano asesinado.
Esta relación Trujillo-gobierno de Haiti (con la presidencia de Sténio Vincent) es una manifestación clara de cómo los sectores de poder de ambos lados de la isla, han actuado de forma coordinada para mantener su hegemonía, poder y mantenimiento de la miseria y explotación a lo largo de la historia del pueblo haitiano y dominicano.
Ojalá la situación actual del drama migratorio haga nacer algo nuevo en Haití, algo nuevo que rompa las cadenas de una mentalidad de ver la culpa de sus desgracias en sus vecinos próximos, República Dominicana
Es lamentable el tremendismo irresponsable del Ministro de Relaciones Exteriores de Haití, Lener Reneaud, al establecer ante los representantes de la UNO y embajadores extranjeros, que el retorno de 17,000 de sus conciudadanos, probablemente, uno que otro, con derechos propios y adquiridos en dominicana, víctimas tal vez, de una estampida inducida injusta, suponga según su punto de vista que: “Esta situación representa un riesgo de catástrofe humanitaria, un factor de desestabilización para el país, una amenaza grave a la seguridad interna y la seguridad regional.” (Periódico Hoy, pág. 10B, 1ro de Julio de 2015.
Estas confesiones del Ministro de Relaciones Exteriores de Haití, se balancea entre la incompetencia y la incapacidad de tomar las decisiones de gobiernos para acoger en obligación de Estado a los que retornan y, dar como respuesta el compromiso a favor de construirles un destino soberano diferente, de desarrollo y bienestar para los que regresan y todo el pueblo Haitiano.
Las primeras declaraciones que como presidente hizo Michel Martelli, en la que juró asumir la conducción del pueblo haitiano, con dignidad y decoro, en la solución de sus problemas; parecieron estas declaraciones una clarinada de dignidad y esperanza, signos de esperanza en la voz de su presidente, para una nación que ha atravesado la historia de su existencia como Estado de tragedia en tragedia, de desgracia en desgracia y de crímenes, guerras y luchas intestinas en luchas intestinas.
Ojalá la situación actual del drama migratorio haga nacer algo nuevo en Haití, algo nuevo que rompa las cadenas de una mentalidad de ver la culpa de sus desgracias en sus vecinos próximos, República Dominicana. De igual modo, algo nuevo debe nacer en Haití, que les haga entender que un Haití nuevo y de bienestar está en sus manos construirlo, no en la comunidad internacional.
Muchos quieren a Haití, pero, pocos hacen algo digno para que Haití surque su propio rumbo de bienestar y justicia social.   En realidad y frente al mundo, la verdadera y única solidaridad con el pueblo haitiano, hoy, radica en apoyar y respetar el derecho soberano que tiene el pueblo haitiano para que autodetermine su destino según el ideal, tradición y la cultura de que son portadores.
El diseño de los organismos internacionales y las llamadas naciones ricas y poderosas, está orientado a postrar a Haití cada vez más en una cultura de mendicidad y dependencia, que como cadenas subyugantes, les impida levantarse y construir con honor una sociedad de esperanza, seguridad, justicia social, bienestar y dignidad.

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